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martes, 28 de febrero de 2012

Instinto, inteligencia y amor en el sexo


En primer lugar, tanto el hombre como la mujer deberían procurar informarse de todo lo relacionado con el amor. Deberían aprender que el placer sexual sólo será completo cuando mediante una serie de caricias ambos esposos estén preparados afectivamente para él.

Que no hay que precipitarse, sino, por el contrario, hacerlo durar lo más posible, de la misma manera que se intenta prolongar cualquier otro placer. Finalmente convendría que supieran que, después del amor, no hay que separarse bruscamente sino prolongar durante el mayor tiempo posible la intimidad y el bienestar que de él se derivan.

Y, sin embargo, la mujer suele considerar que «la iniciativa le corresponde al hombre», y esta consideración la induce a una pasividad y a una timidez capaces de hacer perder el entusiasmo al hombre más enamorado.

El hombre, por su parte, considera que todo saldrá bien sin necesidad de previsión y esfuerzo. Suele confiar en el instinto, sin tener en cuenta que el instinto, sin el freno que le imponen la inteligencia, el cariño y el respeto por el ser amado, es excesivamente brutal y a todas luces insuficiente para crear un vínculo sólido sobre el que se pueda fundar la estabilidad del matrimonio.

Vemos, por tanto, que la responsabilidad del éxito o del fracaso de «la noche de bodas» recae por igual en el hombre y en la mujer, y que ambos han de hacer lo posible por facilitarle las cosas al otro, por lo que el ir al matrimonio sin preparación alguna no es un acto indiferente, sino que constituye un verdadero atentado contra la propia felicidad y la del ser amado.

Solamente nos resta ya insistir un poco más sobre la importancia de la «noche de bodas» y de las futuras «noches» para el equilibrio físico y psíquico de ambos cónyuges, destacando el hecho de que un mal comienzo, una torpeza cualquiera, cometida por descuido o por ignorancia, es suficiente para crear entre los esposos un clima de desconfianza o de rencor que sólo con el tiempo, mucho amor y demostraciones de cariño y consideración por ambas partes, podrá llegar a desvanecerse.

martes, 21 de febrero de 2012

Noche de Bodas


La actitud de desprecio total y el rechazo absoluto que adoptan los hombres ante las mujeres que han cedido al amor y se han mostrado generosas de su cuerpo —actitud que es consecuencia de una herencia cultural multisecular—, condiciona aún más a las mujeres a mostrarse inflexibles, y, en muchos casos, incluso las induce a rechazar manifestaciones de afecto que ellas pueden considerar pecaminosas o peligrosas en el sentido de que pudieran inducirlas a cometer actos «de los que luego tengan que arrepentirse».

Esta contención, sobre todo en los casos en los que el noviazgo, casi siempre por razones económicas, debe prolongarse excesivamente, acaba por sumir a ambos novios en una especie de frigidez afectiva y sexual que luego ha de dificultar gravemente la convivencia entre ambos.

Por una parte, el marido se siente orgulloso de su «caballerosidad», y, por otra, se nota inseguro. Tiene miedo de que su «gesto» no sea bien interpretado, de que ella lo comente con alguien, o de que ocurra cualquier otro hecho que ponga en entredicho su reputación de «hombre». Puede suceder también que la haga responsable a ella («esa tonta») de su abstención, porque con su comportamiento no ha hecho más que dificultar las cosas.

Ella, por su parte, sentirá también un alivio momentáneo. Sin embargo, su angustia no desaparecerá del todo. Se dormirá sabiendo que «aquello» simplemente se ha retrasado, pero que más tarde o más temprano tendrá que «soportarlo». Eso si no se le ocurre pensar, como sucede algunas veces, que su marido es impotente, homosexual, o, lo que se da con más frecuencia, que no la quiere.

Si los jóvenes recibieran una educación sexual adecuada, y si durante el noviazgo no hubieran de reprimir tanto los impulsos espontáneos que tienden a fortalecer los lazos afectivos que los unen, la «noche de bodas» no plantearía ningún problema a ninguno de los esposos, ya que estarían preparados tanto física como psíquicamente para ella, y el hecho de empezar su nueva vida en común no se convertiría en un trauma, sino que sería la feliz culminación de todo un proceso de conocimiento y estimación mutuas.

La causa del problema, el no saber cómo comportarse, estriba en la falta de educación sexual y en la índole de las relaciones prematrimoniales. En otras circunstancias el problema no existiría. Quede claro : en otras circunstancias. En la actualidad existe y es causa de malentendidos que a veces pueden tener consecuencias extraordinariamente importantes. Atengámonos, pues, a las actuales circunstancias y veamos cuál es la mejor manera de hacer frente a la situación.

martes, 14 de febrero de 2012

El Noviazgo y las Bodas


Pero no todo son rosas en este efímero reinado femenino. Antes lo decíamos: en el noviazgo la mujer tiene la facultad de conceder o negar sus favores al galán. Y aquí está el problema: «¿Hasta dónde puedo "llegar" con mi novio... ?»

Esta es la pregunta latente en todas las muchachas que mantienen relaciones más o menos formales con un joven. Y buena prueba de ello son las miles de cartas que sobre este tema se reciben en los populares «correos sentimentales».

Según la más estricta moral puritana, la novia debía llegar al matrimonio no sólo virgen sino también absolutamente ignorante de la realidad sexual. La principal muestra de su castidad residía en la firmeza y en la habilidad para guardar la «cindadela».

 El varón que no podía obtener —ni su caballerosidad se lo permitía— el menor favor de su prometida, debía buscar fuera del noviazgo —generalmente, muy largo— la satisfacción de sus necesidades sexuales, precisamente originadas por la relación amorosa y sentimental con la mujer amada... pero intocable.

Hoy este modo de proceder es objeto de «contestación»; en nuestro mundo moderno, con sus masivos medios de comunicación e información, es absurdo pensar que se puede mantener a una joven en la más absoluta ignorancia de las realidades sexuales. Por otra parte, la mayor igualdad de derechos y deberes exige que la fidelidad, y, por ende, la abstención, sean practicadas por los dos componentes de la pareja.

El hombre ha abdicado muchas de sus prerrogativas y es natural que exija a su «novia» una mayor entrega y un mayor conocimiento. Hoy que los novios planean de una manera mucho más constructiva y conjunta su porvenir matrimonial, ¿van a dejar en el terreno de la incógnita una faceta tan decisiva de la vida conyugal como es la relación sexual?

Esta es una realidad perentoria. Y muchos matrimonios han fracasado por ignorar y eliminar deliberadamente durante su ilusionado noviazgo todo enfrentamiento con la posibilidad de una ulterior incomprensión en el terreno de la sexualidad; pero aún perduran muchos vestigios de rígidas costumbres anacrónicas, y si bien en teoría todos comprenden la necesidad de una instrucción y educación sexual previa al matrimonio, en la práctica siguen vigentes muchas restricciones que actualmente ya carecen de justificación.

«Ceder», «claudicar», «resistir»... Mientras no se borren estos vocablos conformistas del lenguaje de los enamorados y no sean sustituidos por «conocimiento», «responsabilidad» y «lealtad», la estratégica defensa de la «ciudadela» seguirá siendo para la mujer, igual ahora que en los viejos tiempos, un arma y un medio de elevar su precio en el mercado del matrimonio, en el que ella sigue siendo un objeto cotizable.

martes, 7 de febrero de 2012

Cuide la belleza de sus dientes


Algunos de los productos que usted guarda en su cocina pueden funcionar como efectivos dentífricos naturales. Claro que no debe abusarse de ellos, sino más bien usarse en casos de emergencia.

Aquí le detallamos cada uno de los productos y le contamos cuál es la función que cumple. Tome nota.

Polvo de tomillo: es ideal para limpiar los dientes y, a la vez, desinfectar la boca. Para obtenerlo deberá tomar algunas hojas secas de tomillo y machacarlas hasta convertirlas en polvo.

Polvo de salvia: cumple la misma función que el tomillo y se prepara de la misma manera.

Jugo de limón: es un excelente producto blanqueador de los dientes y tiene también propiedades antisépticas. Basta con exprimir medio limón, embeber un algodón en el jugo y frotarlo sobre los dientes.

Sal fina: blanquea los dientes y fortalece las encías. Puede colocar un poquito de sal en un algodón y frotarlo sobre los dientes o directamente sobre el cepillo dental.